Lo único cierto, es que transitamos por el desconocido y extraño camino de la vida, uno plagado de cambios continuos, maravillosos unos, insólitos otros, pero todos, indeterminados.
Por ejemplo, se piensa que quizás, el primer medio de locomoción fue el caballo, después la carreta, luego el barco y le siguieron la bicicleta, el automóvil y casi a la par, el tren y luego vino el avión.
Hoy, hasta tenemos cohetes tripulados para llevar pasajeros al espacio.
A las ciencias, gemelas del desarrollo tecnológico, les ocurrió lo mismo; su desempeño fue en cascada, un descubrimiento dio lugar a otro y así fuimos creado una rica civilización de conocimientos técnicos, en su mayoría.
El gran frenazo lo hemos tenido en lo social, no porque no existan suficientes teorías, pensadas y escritas, sino porque existe instituciones como la iglesia y la familia, sujetas a normas morales casi inamovibles, pero con frecuencia, violentando sus códigos; por otro lado, tenemos el Estado, la justicia y la política, entre otras, de principios éticos inapelables pero en la praxis, muy frágiles.
Todos estos valores han sido sembrados de forma “inamovible” en la mente de la gran mayoría de los ciudadanos de Venezuela y de gran parte del mundo. Es la esencia de una sociedad con reglas casi fijas, pero con profundas contradicciones.
Quienes compartimos los valores de esta cultura, difícilmente podremos visualizar otros senderos, pero una cosa es cierta: los cambios tecnológicos han forzado modificaciones, algunas muy importantes, en la conducta humana.
Entre las muchas contradicciones, está la rígida concepción del matrimonio, pero a su vez, el fácil divorcio.
Hablamos mucho de paz, pero hacemos la guerra, sin importar su costo.
Fanfarroneamos con la igualdad, cuando mas del 80 % de la población padece de serias necesidades. Alardeamos del término justicia, pero se nos olvida que la miseria está por doquier y que las cárceles están llenas de personas a quienes la sociedad les negó las debidas oportunidades.
Hablamos de planes de salud, cuando nuestros hospitales no tienen ni algodón. El peor de todos, es el caso de la educación. Nuestros niños asisten a una escuela que apenas les ofrece tres o cuatro horas de clase diarias; la mayoría asiste a ellas, con hambre y sin los libros y cuadernos de rigor.
No practican deportes guiados, ni actividad extracurricular alguna. Cuando se gradúan, lo hacen con un certificado o título, pero acompañados también de un alto grado de ignorancia. Son jóvenes a quienes les embargaron el futuro.
Es obvio que por muy “sólida” que parezca nuestra sociedad, esta, la educación, si tiene que cambiar. El niño de nuestro futuro, debe permanecer en la escuela desde las 7:00 de la mañana, hasta las 6:00 de la tarde.
El estudiante debería aprender otros idiomas y debe convertirse en un profuso lector. La escuela debe estar en continuo contacto con los padres y representantes a quienes se les deberá dictar charlas semanales con carácter de obligatoriedad, para que aprendan a ser excelentes padres y mejores ciudadanos también.
El plantel deberá reforzar, en los estudiantes y sus representantes, los principios y valores compartidos por la sociedad de padres y maestros y por la sociedad en general.
Esta toma de valores, debe hacerse creando una activa y generalizada comunidad de diálogo.
Cada centro educativo dispondrá de asistencia médica y psicopedagógica. Los alumnos, con periodicidad, asistirán a visitas guiadas en industrias, hospitales, universidades, etc, para que estos jóvenes vislumbren los ambientes de trabajo, futuros y posibles.
Cuando la sociedad esté dispuesta a hacer los necesarios sacrificios e inversiones de capital y tiempo en su juventud, nuestras cárceles se vaciarán, nuestra tasa de divorcios disminuirá, nuestro PIB se multiplicará y nuestras fuerzas policiales y armadas, en general, serán cada vez menos necesarias.
Esa es la sociedad que los cambios sociales deben propiciar, lo cual solo es posible a través de la adopción de principios y valores, no solo impartidos en la nueva escuela, sino impulsados desde el nuevo hogar también.
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